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Si algo define a Arnau Sanz (Barcelona, 1984)  es su honestidad. Con su magnífico ‘Albert contra Albert‘, Sanz se reveló como un autor a seguir, con una talento especial para convertir sus experiencias personales en material de primera, sin caer en el mero exhibicionismo. Su nueva obra con Edicions de Ponent, ‘Llavaneres‘, sigue explorando los caminos de la memoria. Una arqueología emocional que no tiene por qué ser precisa, porque el registro de nuestra mente es caprichoso, pero sí puede recrear vívidamente las sensaciones de aquel verano en el que éramos unos mocosos.

‘Llavaneres’ habla de estíos infantiles a la orilla del mar. De chavales cuya rebeldía pasa por optar por la piscina teniendo al lado la playa, y cuya mayor osadía es afanar comida a escondidas. De noches de sofá viendo Expediente X cuando aún se está en la edad de cagarse vivo con las películas de miedo. De partidos de fútbol más intensos que una final de la Champions. Sobre todo, habla del cómplice necesario sin el que todo lo demás no tendría sentido, sin el que aquellos veranos hubiesen sido otra cosa. En el caso de Arnau, ese es su primo Nacho.

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El primo Nacho, el de Calamocha, al que solo ve en los meses estivales y con suerte si hay algún acontecimiento familiar a lo largo del año. No es un amigo que haya elegido, le ha tocado en la lotería de la familia. Con los primos la relación siempre es especial, y más si se comparte edad. Es ese algo que Daniel Sánchez Arévalo trató de llevar al cine con la irregular comedia ‘Primos’. Aquella cinta poco tiene que ver con lo que aquí plantea Sanz, que relata con gran sensibilidad y excepcional dominio de la narración cómo la relación entre los primos va mutando con el tiempo; cómo sin haber ninguna ruptura traumática se abre entre ellos un espacio de silencios; cómo, a pesar de todo, nunca podrán dejar de ser lo que les tocó en suerte, primos.

Arnau Sanz rememora aquella época de su vida con nostalgia y, sobre todo, con mucha sinceridad. Deja claro que puede que aquello sucediera como él lo cuenta, pero también puede que fuera de otra manera: lo que lleva al papel es su particular reconstrucción de aquella infancia de piscina y cloro. En este cómic lo importante en las vidas de los protagonistas pasa fuera de plano, y Sanz tiene la habilidad de hacérselo notar al lector casi imperceptiblemente. No hay atisbo de impudicia. En apariencia, ‘Llavaneres’ no cuenta nada verdaderamente relevante. Nada más lejos de la realidad. La prueba es que logra despertar un sinfín de emociones. Y es que… ¿Quién no ha aguantado alguna vez la respiración bajo el agua de una piscina?